Vi cantar por la calle a dos señores, a viva voz, y ninguno estaba para el loquero. Una mujer bailaba frente a su nieto en un bar sobre la playa. Las flores en un puesto callejero rebozan de color, vitalidad y belleza. Cada una tan perfecta que desafía la realidad.
Ya sé que es un estereotipo hablar de la felicidad brasilera pero a mí acá todo me canta con alegria: el idioma, el mar, la gente. Por supuesto que la sombra siempre está del otro lado. Ya lo dice la canción “tristeza nao tem fin, felicidade sim”.
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